Por la arde, la mujer fatal y el hombre irresistible se encuentran en un cafe de paredes color ocre. Se miran a los ojos; saben que esta vez sera la ultima. Desde hace semanas, a uno y otra se les viene haciendo evidente la fragilidad del hilo que los ha unido desde hace mas de tres años y que los hacia llamarse a todas horas, vivir el uno por el otro; una agitacion tal que ni las tardes de domingo eran aburridas. Ahora el hilo esta a punto de romperse. Ha llegado el momento de poner en duda el amor que se tienen, y en consecuencia, acabar.
Antes se veian casi todos los dias y cuando no se veian se llamaban por telefono aunque fuera en mitad de un congreso en Nueva Escocia. En las ultimas semanas apenas se han visto tres veces, y los encuentros no han sido alegres. Sin haberselo dicho, los dos saben que el encuentro de hoy es para despedirse irremisiblemente. Han llegado a tal grado de compenetracion que a ninguno de los dos le hace falta explicitar que se aburre; los dos se percatan simultaneamente. Se cogen de la mano y recuerdan (cada cual para si, en silencio) la perfeccion fornicatoria a que han llegado ultimamente: ellos mismos se maravillan. No es extraño que al lado de semejante acrobacias el resto de sus vidas les parezca insipido. Toman el cafe, se dicen adios y se va cada uno por su lado. Ella se ha citado a cenar con un hombre; el se ha citado a cenar con una mujer.
Despues de los postres, la mujer fatal tarda una hora y media en irse a la cama con el hombre con el que se ha citado. El hombre irresistible tarda tres en irse a la cama con su acompañante. Ambos se descubren haciendolo con tanta torpeza que se emocionan. Que pasividad, Que impericia. Cuanta asiendad. Cuanta impaciencia. Les queda por recorrer un camino muy largo antes de llegar con los nuevos amantes a la perfeccion a la cual han dicho adios esta tarde, con un cafe.